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“El humor como mecanismo de resistencia”

“La potencia intelectual de un hombre se mide por la dosis de humor que es capaz de utilizar”.  Friedrich Nietzsche.
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Por Lisandro Prieto Femenía

Hoy quisiéramos compartir una breve reflexión en torno al sentido del humor como aspecto del ser humano estrictamente digresor, transgresor y potentemente liberador, a saber, la capacidad de sentir y generar humor. Bien sabemos que la etimología de la palabra remite en latín a “humoris”, que significa humedad o propiedad líquida, también referida al torrente que atraviesa los poros de una superficie. Como podemos apreciar, ya desde su origen etimológico, la palabra nos está indicando que se trata de algo que se filtra inconteniblemente a pesar de cualquier tipo de resistencia física que intente retenerlo.

En su obra “El mundo como voluntad y representación”, el filósofo alemán Arthur Schopenhauer (1788-1860) interpreta que la risa es fruto del humor que contempla amablemente las incoherencias e incongruencias de una existencia aparentemente absurda. En otras palabras, lo que nuestro autor nos quiere decir es que la única forma de hacer reír o de sentir el gozo de la risa es mediante la colocación de una cosa donde no debería ir. Dicha incongruencia entre el concepto y el objeto real provoca un sacudón propio del comportamiento normal de una mente que se encuentra casi permanentemente acomodando todo en la ficticia idea de equilibrio entre pensamiento y realidad. La gracia, entonces, nace de la falsedad de las premisas de nuestros silogismos mentales. Un ejemplo de ello lo describe el pensador Alejandro Dolina, quien sostiene que lo que torna “gracioso” la explosión de una pirotecnia no es su explosión en sí, sino el hecho de que esté prohibido en ciertos contextos: es muchísimo más entretenido explotar un petardo en un juzgado o un Colegio de Escribanos que en un estadio de fútbol. O, en términos refinados de Schopenhauer:

“Los caballos tienen cuatro patas. 

Mi mesa de billar tiene cuatro patas. 

Mi mesa de billar es un caballo.” 

A todos nos ha sucedido a diario que estallamos en risa simplemente por la inclusión (ilógica) de una cosa en un concepto o contexto al cual no pertenece. Al parecer, nuestra mente tiene la tendencia de ordenar los objetos y conceptos mediante categorías que nos resultan familiares hasta que aparece un objeto que al no estar “donde debería” (absurdo) desencadena en la risa: el clásico ejemplo de ello es la incursión del perro del barrio en plena misa, haciendo alguna de sus funciones naturales junto al clérigo en el altar mientras el acólito intenta desesperada y mesuradamente detenerlo intentando, inútilmente, que nadie se dé cuenta.

Ahora bien, ¿qué sucede cuando se vive en tiempos donde no está permitido trans-colocar los objetos de lugar? En otras palabras, ¿se puede hacer humor de cualquier cosa y en cualquier momento? Evidentemente no. Cada época va gestando sus reglas discursivas y sus decálogos de lo políticamente correcto, abriendo un margen de acción tanto a aquellos que viven de hacer reír a los demás como a los simples ciudadanos, los cuales deben ir actualizándose (y cada vez más seguido) como dispositivo móvil con capacidad de memoria limitada.

Justamente por ello traemos a la discusión y a la reflexión el humor como elemento que intenta romper el orden establecido, no por maldad o rebeldía revolucionaria, sino ya como necesidad vital. En ese sentido, otro filósofo alemán (al parecer, los alemanes no gozan de fama de ser muy graciosos que digamos, pero son buenos teorizando sobre ello), Friedrich Nietzsche (1844-1900) se concentró en el impacto del humor y no tanto en su origen o definición. De acuerdo a sus posicionamientos teóricos, es comprensible que, en el marco de una existencia humana atravesada por todo tipo de padecimientos trágicos, la risa sería una especie de mecanismo de compensación para soportar lo que la vida conlleva en su tragedia constitutiva. En este caso, la risa es una herramienta, un arma, creada por el mismísimo hombre para no caer en el abismo del llanto y la tristeza. Si lo analizamos brevemente, podemos acordar que en un mundo que nos da más razones para llorar que para reír, reír es sin duda alguna el acto de resistencia más potente para contrarrestar el bombardeo incesante que atenta permanentemente contra la felicidad.

¿Os queda alguna duda de que la alegría y el entusiasmo se castigan a diario? Lo que Nietzsche nos intenta legar un pensamiento potente: reírnos de la fealdad propia de la decadencia moral en la que estamos inmersos nos otorga un poder, que no es menor, puesto que lograr liberarse de las cadenas de un régimen que correo permanentemente la función catártica del arte y sus manifestaciones de dispensar gozo y vida es, sin duda, un acto de rebeldía sobre el cual todos deberíamos trabajar para convertirlo en hábito.

 En otras palabras: moverse por la vida con alegría y entusiasmo verdadero representa una amenaza para todo un sistema de existencia estructurado para ofenderse al percibir un ápice de alegría en alguien. Siguiendo este hilo interpretativo, no es desatinado pensar que la alegría intimida profundamente, puesto que se trata de un gesto entusiasta que no se deja apagar por un mundo que permanentemente intenta reprimirlo. Hagan la prueba: muéstrense felices, alegres, entusiastas en cualquier contexto que no sea una celebración: inmediatamente alguien les hará saber que lo que vosotros hacéis es completamente “inadecuado”.

Y si, es inadecuado porque es incongruente con “lo políticamente correcto” establecido y masificado. Otro ejemplo práctico de ello consiste en observar las situaciones cómicas que acontecen en un establecimiento velatorio. El contexto es, evidentemente, un lugar predispuesto para que una situación sombría ocurra de acuerdo a ciertas pautas que permiten y prohíben: llorar, sollozar y hasta desmayarse está permitido; contar un chiste verde y que todos se rían a carcajadas, en ese ambiente, se consideraría una grosería repudiable. Aun así, y verdaderamente desconozco cabalmente el motivo, nunca, pero nunca, falta el familiar o el amigo de toda la vida que cuenta un chiste y provoca una reacción en cadena de tos masiva por risa reprimida en esa sala oscura que produce un eco que no ayuda ¿Por qué sucede esto?

Seguramente, y continuando con la interpretación de Nietzsche, el humor en ese caso es una herramienta para dominar aquello que produce miedo e incertidumbre. Y créanme, la muerte es uno de los fenómenos que causa mayor cantidad de miedo e incertidumbre. A pesar de ello, acudimos a este recurso para intentar comprender algo que se nos presenta incomprensible, terrorífico e irresoluble, para criticar, demoler y luego construir “otro sentido” de lo que se nos presenta como irremediable.

¿Qué nos pasó, entonces, desde la pureza de nuestro “espíritu libre” propio de la niñez, hasta hoy? O dicho de otro modo ¿cómo fue que perdimos el entusiasmo de vivir y nos convertimos en estas máquinas de estrés permanente? No es sencillo responder esto en un breve artículo de reflexión, pero intentemos entrever por una mirilla un esbozo de respuesta. Sólo basta ver, escuchar, vivenciar y analizar lo que sucede con los niños: ¿cuándo escucharon a un niño de seis a diez años decir que cuando sea grande quiere ser abogado, contador o CEO de una compañía internacional de telecomunicaciones? ¿Alguno de vosotros, a los siete años soñaba con ser lo que hoy son?

Quien pueda responder que sí, envío aquí mis más afectuosas felicitaciones. Para quienes no podemos responder afirmativamente, nos que el desafío de pensar nuestra existencia en clave de resistencia, no al estilo del pitufo gruñón, sino como aquí lo hemos intentado expresar: hoy en día ser feliz, verdadera y auténticamente feliz, es resistir a los embates intencionados de un modo de vida impuesto que apunta directamente a nuestros peores y depresores instintos justamente porque se sabe perfectamente que una persona entusiasta es temeraria. Seamos dignos de ser considerados “enemigos” en el “mercadillo” de la vida, en el cual una tableta de somníferos es mucho más barata que un buen paquete de café revitalizante.

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