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Cuando tenga que irme

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Cuando tenga que irme, me iré sin mirar atrás, caminando sobre un indescifrable camino de vidrio y el alma descalza, pero me iré sin mirar atrás, siguiendo un indescriptible destello de luz, que lentamente, lentamente, sustituyó mi esencia.

Cuando tenga que irme,  me iré con un inefable y  desgarrador llanto en el alma, pero con una calma infinita que me permite saborear el fin de mi dolor en la quietud de una tormenta impetuosa, que solo pueden sentir los que aman sin límites en la luz de la sinceridad, en el resplandor de los que no fallan.

Cuando tenga que irme,  me iré en la seguridad de que hay que compartir, mentalizar, que separar algunas partes de la vida, incluso del dolor físico y el sentimental para poder seguir adelante.

Cuando tenga que irme, me iré en silencio, sin pensar en lo engañoso que resulta ser la última parada y el enigmático sendero que cada uno debe recorrer solo, pero me iré sin mirar atrás, con la frialdad y la quietud que solo se alcanza con el deber cumplido.

Cuando tenga que irme, ante la confusión de un metafísico laberinto cósmico

de regreso al indescriptible segundo y el ímpetus de una supernova que, en la infinidad del tiempo y un espacio reducido a energía, un día inexistente me convirtió en polvo de donde saldré a mi punto de partida, en silencio, taciturno, sin necesidad de extrañar nada, en la paz de volver a ser tan solo un rayo cósmico que separa la penumbra de la luz y  el todo del vacío.

¡Solo eso…solo eso!

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