El retiro de la visa mexicana alienta la emigración a EE.UU.
El desempleo y el retiro del visado mexicano incrementaron la migración de ecuatorianos a EE.UU. Las cifras de entradas y salidas del país confirman este hecho, junto con los testimonios recogidos en el Austro, en donde históricamente hay una tendencia a dejar a sus familias para buscar una nueva vida en el norte. La diferencia entre los que salen y regresan de EE.UU. bajó en 2011 a 5 355, pero un año después volvió a subir a 30 372. Desde entonces se mantienen cifras altas, en comparación con años anteriores, según los registros del Instituto de Estadística y Censos (INEC).
Entre el 2012 y el 2018, 193 218 no han vuelto al país. Estas salidas, en una parte de los casos, están relacionadas con estudios, inversiones, solicitudes de residencia y naturalización. También hay que tomar en cuenta casos en los que no regresan desde el mismo país al que se fueron inicialmente. Otro hecho que obliga a revisar los datos es la decisión de quitar la visa de México, en noviembre pasado. Al analizar los últimos 22 años ha habido más salidas de nacionales que entradas desde el país azteca.
En este período, el mayor repunte se dio en 2013: salieron 28 298 e ingresaron 17 736. De ahí hasta el 2018 hay una caída, que se explica en parte porque los migrantes siguen saliendo al Perú y de ahí toman vuelos directos hacia México. Ángel Jaigua es uno de ellos, en dos meses organizó el viaje y se fue de Cuenca el pasado 15 de junio. Su esposa Griselda Nurinkias contó que en 35 días llegó a EE.UU. Primero salió a Huaquillas con otro migrante de Saraguro (Loja). Les recogió una coyote peruana que los transportó hasta Lima. Compraron un tour a México por USD 3 000, pero solo visitó la Basílica de Guadalupe, para encomendarse a la Virgen. Siguieron hasta Monterrey y Piedras Negras, límite entre México-EE.UU., en donde cruzaron el temido río Bravo.
Por este viaje pagó USD 15 000, aunque Jaigua sabía que Luis Tenecota, de la parroquia El Valle, gastó la mitad. El joven voló a México y allá pagó a un coyote USD 2 000 para cruzar la frontera. Su primo Martín Arévalo reconoce que hoy en este trayecto sufren sobornos, extorsión, pasan días escondidos y sin comida, persecución de grupos criminales y peligro de morir. Otro joven de la misma localidad cree que es mejor pactar el viaje desde Ecuador, se paga más pero se llega bien y la plata se recupera. “Mi cuñado se fue hace año y medio por USD 18 000, y en nueve meses pagó”. 1 800 Migrantes, entidad privada con oficinas en Nueva York y Cuenca, cree que desde que se eliminó la visa a México hay un repunte migratorio.
El pasado 10 de julio, el cofundador de esta organización, William Murillo, solicitó al presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, que se vuelva a solicitar el visado por seguridad nacional y evitar delitos y tragedias. “Los viajes se hacen en menos tiempo, por menos dinero, pero las personas se enfrentan a tragedias que dejan dolor en sus familias”, dijo. Eso ocurrió en abril pasado con los lojanos Luis Quezada y Héctor Godoy, y la chimboracense Myriam Paguay. Ellos se ahogaron en el río Bravo con otros 14 hispanos por huir de un grupo armado. Ángel Jaigua conocía a Godoy, pues era de Saraguro, pero ni esa tragedia lo detuvo. “Los coyotes los convencen de que cruzar por el río es más rápido y menos difícil. “Me dijo si me pasa algo será porque tengo que morir, así es el destino”, contó la esposa.
El río Bravo se extiende por más de 3 000 km y divide a Texas, en EE.UU., de cuatro estados mexicanos. Nurinkias sabe que cuando su esposo cruzó el río, el nivel de agua le llegó al cuello y había escombros en el lecho. Lo más angustioso que vivió fue ver a niños, que le recordaron a sus propios hijos. Para Franklin Ortiz, experto en migración, este fenómeno pone en evidencia la falta de políticas públicas que garanticen trabajo y atención a las familias para que se queden. Como parte de esta migración también hay quienes buscan opciones legales para estudiar y trabajar temporal o de forma permanente, tanto en EE.UU. como en Canadá.
Gabriel Estupiñán, de 31 años, aplicó a un programa de trabajo y viaje (work and travel), mientras estaba cursando Administración de Operaciones Turísticas. Por cuatro meses del verano del 2010 salió por primera vez a Nueva Jersey, uno de los sitios con más migrantes ecuatorianos. En el 2014-2015 ya se fue con un contrato de trabajo a Texas de J.W. Marriott. La experiencia que obtuvo ahí le hizo inclinarse por la gastronomía, así que emprendió el viaje a Otawa a estudiar por un año en la escuela Cordon Blue.
Entre idas y venidas, dijo a este Diario el miércoles pasado, que acaba de aceptar un nuevo contrato como chef ejecutivo en Canadá. Diego Lalama, en cambio, migró hace 13 años con sus padres y dos hermanos. Allá estudió Contabilidad y Finanzas y llegó a ser líder de una multinacional. Pero en 2013 regresó con su esposa y dos pequeños. “Tomamos la decisión de cambiar dinero por estabilidad emocional por nuestros hijos”. Su retorno se extendió hasta el 2017 que regresaron. “Canadá es un país que brinda muchas oportunidades en todos los niveles, no es perfecta, pero el estándar de vida es alto y eso te abre la mente”.
En dos décadas, el saldo entre quienes salieron y entraron al país desde Canadá suma 40 037 personas. Erick Armendáriz migró a Toronto para estudiar culinaria. Hoy trabaja en un club de golf y en el área de nutrición de un hospital. Si regresa, solo será de visita; antes de ir a Canadá vivió en Australia. Está consciente de que son países caros, pero el nivel de vida y los ingresos son mejores que en Ecuador.