Conmovedora homilía para despedir a Francisco

ROMA.- Roma Caput Mundi, “Roma cabeza del mundo”. La expresión latina resume cómo fue este sábado el impresionante funeral solemne de Francisco, que atrajo a esta capital -totalmente colapsada, blindada, trastocada para un evento memorable- a los poderosos del mundo y a una multitud conmovida por su muerte, ocurrida a las 7.35 del lunes último, después de haber hecho un último esfuerzo, el día anterior, domingo de Pascuas, para despedirse de su gente. En total, unas 400.000 personas se acercaron a despedir a Jorge Bergoglio: 250.000 al funeral en la Plaza de San Pedro y otras 150.000 acompañaron el recorrido del papamóvil que trasladó el féretro a la Basílica Santa María la Mayor.
“Su última imagen, que permanecerá en nuestros ojos y en nuestro corazón, es la del pasado domingo, solemnidad de Pascua, cuando el Papa Francisco, a pesar de los graves problemas de salud, quiso impartirnos la bendición desde el balcón de la Basílica de San Pedro y luego bajó a esta plaza para saludar desde el papamóvil descubierto a toda la gran multitud reunida para la Misa de Pascua”, dijo en su homilía el cardenal Giovanni Battista Re, decano del Colegio Cardenalicio, quien presidió la misa de exequias solemne.
“A pesar de su fragilidad y sufrimiento final, el Papa Francisco eligió recorrer este camino de entrega hasta el último día de su vida terrenal. Siguió las huellas de su Señor, el buen Pastor, que amó a sus ovejas hasta dar por ellas su propia vida. Y lo hizo con fuerza y serenidad, cercano a su rebaño, la Iglesia de Dios”, agregó el cardenal Re, ante una Plaza llena de emoción, marcada por la presencia de los poderosos de la tierra, en primera fila -entre ellos el presidente Javier Milei, en un puesto privilegiado por ser el presidente del país del Pontífice muerto- y, también, esos últimos siempre puestos al centro, como su amigo, el cartonero Sergio Sánchez.
Con helicópteros dando vueltas en el cielo, zonas rojas imposibles de acceder, vallas, un operativo de seguridad con más de 11.000 agentes para proteger a las más de 150 delegaciones -Donald Trump, Volodimir Zelensky, Emmanuel Macron, los reyes de España-, la jornada, soleada, arrancó al alba.
Incluso hubo jóvenes que con sus bolsas de dormir se quedaron en iglesias cercanas a la zona del Vaticano, para ser los primeros en las filas para ingresar a la Plaza, que se abrió a las 5.30 . Entonces decenas de jóvenes, casi corriendo, comenzaron a ingresar, felices, algunos con banderas. En verdad habían viajado a Roma para la canonización que debería haber sido mañana de Carlo Acutis, el “influencer de Dios”. Pero el destino quiso que les tocara un evento histórico.
Aunque el Papa había querido una ceremonia simplificada -en lugar de tres ataúdes (de zinc, roble y ciprés), quiso sólo uno de sencilla madera-, el funeral de todos modos siguió precisos ritos milenarios. Y resultó tan solemne como el de sus predecesores, con una imponente presencia de presidentes, jefes de Estado y de gobierno, cabezas coronadas, líderes religiosos de diversos credos, 220 cardenales -entre los cuales probablemente está su sucesor- y 750 entre obispos y sacerdotes -entre ellos, muchos argentinos, liderados por el arzobispo de Mendoza, Marcelo Colombo, presidente de la Conferencia Episcopal Argentina-. Todo comenzó con una procesión de “sediari” que, con guantes blancos, entre aplausos, llevaron al hombro su féretro hasta el sagrato de la Plaza de San Pedro minutos antes de las diez de la mañana. El libro de los Evangelios, abierto, fue colocado sobre el ataúd por el ceremoniero vaticano. Y los cardenales que en procesión llegaron desde la Basílica se inclinaron ante él, en medio de bellísimo coros de la Capilla Sixtina.