Don Miguel: a Leonel no hay que aconsejarlo, hay que derrotarlo
Miguel Guerrero no es mucho mayor que yo. Escasamente me lleva unos años y lo conozco desde aquellos tiempos juveniles en los que, jugar al Ajedrez (algo más que un “chambón”) era una de las aspiraciones mayores de la muchachada que ya había salido, o empezaba a salir, de las influencias de la Era del Jefe. Sin embargo, nunca nos tratamos con el calor de “amigos”; lo que sí sucedió con su hermano mayor, ing. Luis Manuel Guerrero (qepd), que además de mi superior laboral, era, en cierta forma, mi protector.
Esto viene a cuento porque quiero justificar el tratamiento de “don” para una persona que no es muchísimo mayor que yo. Miguel Guerrero, el laureado periodista e historiador es -a mi juicio- toda una personalidad de la comunicación y por eso la solemnidad del calificativo que le dispensó en el titular.
Con sobradas y saludables intenciones, don Miguel se permite “aconsejar” al doctor Fernández sobre su intento de volver al poder; a fin de cuentas “aconsejar” es todo lo que don Miguel ha hecho durante casi cincuenta años. Pero, olvida que Fernández es en esencia un caudillo y como tal, entiende que su presencia en la vida pública del país es algo así como “un destino manifiesto”, providencial e ineludible, porque es la voluntad del Ser Supremo.
Desde luego, yo no pretendo “enmendar” el razonamiento de don Miguel pero, sí me atreveré a hacer algunas precisiones que él por la caballerosidad que lo caracteriza, prefiere mantener su crítica en el nivel conceptual. Digamos que él, emulando al propio expresidente se convierte en “conceptualizador”; claro, yo no sé cuándo se le otorgó el dichoso título al doctor Fernández, ni contra quién él ganó tal cetro.
Pero, el asunto no es lo que cree el tres veces presidente sobre sí mismo sino, lo que piensa don Miguel sobre su intento de volver al poder; y de eso es de lo que intento hablarles. Pienso que de nuevo don Miguel comete un desacierto en su tan bien formulado consejo a Leonel Fernández. Cuando se pone en escena una figura de la magnitud del expresidente venezolano don Rómulo Betancourt, como referente para explicar el comportamiento público del expresidente dominicano, se incurre en una anomalía comparativa.
No hay paralelismo alguno entre uno y otro expresidente. No hay manera de colocarlos en planos que pudieran tener relación comparable. Si habláramos de frutas, uno sería un “melón”, mientras el otro no pasaría a ser un “jobo de puerco”. Porque la trayectoria en el orden institucional del mandatario venezolano, nunca tocó, ni por asomo, el modo operandi del dominicano, en el ejercicio del poder.
Por tanto mi respetado periodista, creo que la caballerosidad de nuevo le traiciona, en detrimento de establecer un juicio comparativo entre ambos. Y créame, maestro de la prosa histórica, no pretendo desmeritar su intención y mucho menos su experticia de diestro articulista. Tan solo quiero señalar algunos modestos pareceres míos sobre esa figura política que nunca ha aceptado una discusión pública con nadie, pero que si se vanagloria de ser el único dominicano capaz de “conceptualizar” con propiedad en el país.
Más adelante, en su carta (que supongo, jamás será respondida) usted hace algunas afirmaciones que pienso, merecen algún comentario de aprobación y reconocimiento de parte mía, que no soy más que un modesto y agradecido admirador suyo, por sus 50 años poniendo luz en el sendero.
Ciertamente, con la llegada de Leonel Fernández al gobierno en 1996, buena parte de los dominicanos se ilusionaron y pensaron que tal vez estábamos a las puertas de un nuevo ciclo político que pudiera generar un cambio en el país. Confieso que yo no fui uno de ellos; en ese momento mi sectarismo me impedía asomarme a esa rendija del optimismo y desde allí soñar con el rompimiento de esas ataduras que nos mantienen postrados desde la separación misma de 1844.
Y que bueno que mi miopía no me permitió ver la conveniencia de ese ejercicio de 24 años continuos en el poder. Porque es que yo no tengo el don de razonamiento suyo, tan organizado y coherente, como para explicar cinco lustros después, lo desacertado que resulta volver a recorrer los caminos que nos llevaron hasta esta descomposición social imperante.
Ya para finalizar don Miguel, reconozco que lo que más me aterra de la idea de volver al escenario de 1996 con Leonel Fernández a la cabeza, es que él no sólo se propone a sí mismo sino, que también nos ofrece reinstalar su séquito completo, con toda la podredumbre que ello acarrea. Y lo hace con tanta seguridad y confianza en que los dominicanos no tenemos memoria, y por tanto, estamos compelidos a marchar -como las reses rumbo al matadero- en silencio y pacíficamente.
No, don Miguel, a Leonel no hay que aconsejarlo, a Leonel hay que derrotarlo. Y usted debe hacer suyo el reto de lograrlo.
¡Vivimos, seguiremos disparando!