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El pacifismo alemán, entre el «no a la guerra» y el deber de apoyar a Ucrania

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La guerra de Ucrania ha colocado al pacifismo alemán ante el dilema de defender su señal de identidad, el «no a la guerra» plasmado en las marchas por la paz de estos días, y el apoyo a Ucrania con más suministros de armas, como reclaman los Verdes desde el Gobierno.

Las tradicionales «marchas pacíficas» de la Pascua quedaron deshilachadas, con escasa afluencia y cuestionadas desde muchos frentes. El vicecanciller, ministro de Economía y el Clima, el verde Robert Habeck, había apremiado a sus convocantes a «tomar partido contra la guerra de (Vladímir) Putin».

Desde el Partido Liberal (FDP), el tercer socio en el tripartito del socialdemócrata Olaf Scholz, se había denominado a estas marchas como la «quinta columna de Putin», en palabras de Alexander Graf Lambsdorff.

Los convocantes de las marchas, unas 80 en diferentes puntos del país, habían rebatido la descalificación de este diputado liberal y recordaron que condenan a invasión de Ucrania. Pero también que rechazan los suministros de armas y el rearme anunciado por Scholz.

Habeck, quien antes del inicio de la invasión defendía ya que Ucrania necesita suministros, advirtió de que «el pacifismo es ahora mismo un sueño lejano». Putin rompió con el Derecho Internacional, recordó, y atacó la paz en Europa.

El vicecanciller, como su correligionaria Annalena Baerbock, titular de Asuntos Exteriores, son ahora los políticos mejor valorados por sus conciudadanos, desde su condición de representantes de los Verdes y defensores de la línea más crítica frente a Moscú.

Esa era ya su posición antes de entrar en el gobierno -el pasado diciembre-, como lo fue su rechazo al gasoducto germano-ruso Nord Stream II, cuya entrada en funcionamiento Scholz no se decidió a suspender hasta el día siguiente de la invasión rusa de Ucrania.

DEL KOSOVO DE FISCHER AL REARME DE HABECK

Las marchas pacifistas de Pascua nacieron en la Alemania occidental en los años 60 y tuvieron sus momentos de auge coincidiendo con sucesivos conflictos, contra la presencia de bases militares de EE. UU. o como aglutinante del movimiento antinuclear.

La formación de Habeck empezó a marcar su ruta propia como socio del canciller Gerhard Schröder -1998/2005-, a través de su ministro de Asuntos Exteriores, Joschka Fischer, depositario de una especie de amor-odio entre la familia ecopacifista.

Exponente de las contradicciones internas entre los Verdes fue el impacto de una bolsa de pintura roja que le lanzó un asistente al congreso del partido de 1999, del que salió con el tímpano roto y un lamparón sobre su elegante traje. Los delegados debatían la que fue primera intervención alemana en una misión de combate de la OTAN, en los Balcanes, defendida por el gobierno roji-verde.

Fischer rompió moldes en la primera experiencia de los Verdes en un gobierno federal alemán. Habeck es el vicecanciller de un gobierno que ha dado un giro de 180 grados: del rechazo a suministrar armas a Ucrania pasó a decidir una partida de 1.000 millones de euros de ayuda militar a ese país -según trascendió a los medios este viernes- y a destinar 100.000 millones de euros a la puesta al día del Ejército alemán.

Habeck y Baerbock representan el salto al rearme de un país que durante décadas aplicó la austeridad a sus fuerzas armadas hasta dejarlas desfasadas. Son, además, el contrapunto dinamizador de un canciller que parece aletargado.

LA IZQUIERDA AGÓNICA

Los Verdes suman aprecios e incluso elogios de la parte ucraniana, en contraste con las acusaciones de inoperancia contra Scholz o el presidente Frank-Walter Steinmeier, en el que Kiev ve al representante de la «complicidad con Moscú» practicada por el socialdemócrata Gerhard Schröder y la conservadora Angela Merkel -Steinmeier fue ministro de la Cancillería del primero y de Exteriores en dos mandatos de la excanciller-.

A La Izquierda, partido cuya cúpula ha condenado la agresión rusa a Ucrania, pero rechaza el rearme alemán, le ocurre lo que a las marchas pacifistas: languidece. Se salvó por los pelos de quedar fuera del Bundestag (Parlamento) en las elecciones generales de 2021, ya que pese a quedar en un 4,9 % obtuvo tres victoria de distrito que le mantienen como grupo parlamentario.

Los primeros comicios regionales de este año, en el estado federado del Sarre (oeste) se saldaron con un mazazo: cayó al 2,6 %. Un naufragio que se deriva de sucesivas crisis internas, además del abandono de su fundador, Oskar Lafontaine, descontento con la línea «tibia» actual.

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