Irán: El éxodo que desnuda la fragilidad del régimen de Jamenei

El régimen iraní, obsesionado con proyectar imagen de orden y fuerza, se enfrenta hoy a un triple golpe: militar, psicológico y simbólico. Primero, sus defensas internas han sido vulneradas por ataques de precisión. Segundo, la población civil ya no se siente protegida ni controlada. Y tercero, sus aliados internacionales evacúan como si el colapso fuese inminente.
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Cuando un régimen basado en el miedo pierde la capacidad de controlar el pánico, comienza a resquebrajarse desde adentro. Esa es la imagen que hoy proyecta la República Islámica de Irán, donde un éxodo silencioso pero masivo se está convirtiendo en una señal inequívoca de crisis interna. El líder supremo, Alí Jamenei, puede seguir hablando de resistencia, venganza y soberanía, pero las autopistas abarrotadas de civiles que huyen de Teherán dicen algo muy distinto: el régimen ya no inspira obediencia, ni fe, ni siquiera temor.

Desde que Israel lanzó sus bombardeos contra objetivos estratégicos, incluidas instalaciones nucleares y centros de mando del Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica (IRGC), se ha iniciado una estampida sin precedentes de población civil hacia provincias consideradas seguras, como Gilan, Alborz y Mazandarán. A este éxodo interno se suman las evacuaciones coordinadas por países como China, India y Alemania, que han retirado a sus ciudadanos por aire, tierra y mar. La lectura es clara: ni aliados ni adversarios creen que el gobierno de Jamenei pueda garantizar seguridad ni estabilidad.

La magnitud de esta huida no es menor. Según estimaciones recientes, más de 100 000 personas han abandonado Teherán, y se habla ya de desplazamientos hacia las fronteras con Turquía, Armenia y Azerbaiyán. No se trata solo de miedo a la guerra: se trata de una profunda desconfianza hacia el Estado. La gente ya no espera instrucciones del gobierno; simplemente se va.

Peor aún para la teocracia, en las redes sociales circulan videos de jóvenes celebrando los ataques israelíes. En uno de ellos, un grupo baila en la calle bajo el lema: “They strike, we dance” (“Ellos atacan, nosotros bailamos”). Otros pintan señales de tránsito con líneas verdes, en clara alusión al movimiento opositor silenciado en 2009. Estas expresiones no son simples actos de rebeldía: son síntomas de que el miedo, pilar fundamental del régimen desde 1979, ha comenzado a fracturarse.

El régimen iraní, obsesionado con proyectar imagen de orden y fuerza, se enfrenta hoy a un triple golpe: militar, psicológico y simbólico. Primero, sus defensas internas han sido vulneradas por ataques de precisión. Segundo, la población civil ya no se siente protegida ni controlada. Y tercero, sus aliados internacionales evacúan como si el colapso fuese inminente.

Este panorama recuerda que el poder de los autócratas no cae solo por balas o misiles, sino por fisuras acumuladas. Y en Irán, esas fisuras están a la vista: un sistema militar dividido entre el Artesh (ejército regular) y el IRGC; una economía colapsada por sanciones y mala gestión; una juventud cansada de represión; y una población que ha aprendido que su única forma de resistencia, por ahora, es abandonar silenciosamente la capital.

Alí Jamenei aún conserva el poder formal, pero ha perdido algo más valioso: el monopolio de la narrativa. Hoy el pueblo iraní escribe su propio relato de supervivencia, más allá del dogma religioso o la propaganda estatal. Un relato que, si continúa creciendo, podría marcar el principio del fin de la última gran teocracia del siglo XXI.

Esteban Cabrera es periodista, analista político y autor del libro “La Cara Rota de la Diáspora”. Dirige el medio El Faro Latino desde Estados Unidos.

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