La soledad del poder
Las principales encuestas daban como ganador al candidato opositor, con una ventaja que parecía infranqueable a pocos días de las elecciones. Los medios oficiales y “bocinas” del gobierno desacreditaban las firmas encuestadoras. Parece que el país reclama un cambio, las protestas de jóvenes en la plaza de la bandera, cada día eran más numerosas y la agitación social parecería que en algún momento iba a estallar en una sociedad gravemente herida, fraccionada y empujada al caos.
El día “D” había llegado, la atmósfera social era tensa por la ebullición en toda la geografía nacional ejercida por el partido oficialista, mientras las multitudes salían cada a día a protestar, a reclamar un «cambio, del que probablemente no le qudaría ni el menudo para devolver».
Llegó la fecha de las elecciones, los altos mandos militares se dirigieron a palacio. Tenían un plan maestro para desconocer los resultados de los comicios y tomar militarmente el control de las calles. El presidente se negó rotundamente, asegurando que pase lo que tenga que pasar, él no era un hombre que detendría la historia y destino de un país.
Efectivamente, el triunfo de la coalición opositora fue arrollador.
Al día siguiente, el presidente estaba desayunando en la terraza de su casa, solo con su mujer. Aquel día no había una fila de funcionarios, empresarios y cuantos lambones solicitaban verle antes de que se fuera a su despacho. La caravana de vehículos oficiales que normalmente lo acompañaba cada mañana en el trayecto a palacio, la vio significativamente reducida.
Durante casi sus 8 años que llevaba como presidente, aquél fue el primer día que no venía su ayudante personal, quien siempre en el auto iba leyéndole e informándole sobre la agenda del día. Aquella mañana no fue necesario usar la puerta secreta para entrar a la oficina. Nadie esperaba, la cotidiana multitud de personas en la recepción, ese día no estaba.
Un silencio sepulcral regresaba la solemnidad que había perdido aquel edificio por el bullicio ensordecedor de los activistas, cazadores de oportunidades y hasta maipiolos, tras las mieles del poder…todo era silencio y ausencia, cumpliéndose la sentencia que “las palomas solo vuelan donde hay pan”; lo que dio lugar a poder apreciar la elegancia, majestuosidad y donaire victoriano impregnado en las copas góticas de un palacio presidencial con facha de la edad media que aún se mantiene incólume, como el único testigo presencial de todos desmanes de los políticos apandillados contra el pueblo, desde la caída del dictador a los tiempos modernos.
La mayor parte de las oficinas de los principales ministros se encontraban cerradas ante la ausencia de estos, sus ayudantes y tumba polvos. Los antedespachos estaban todos vacíos y las secretarias cabizbajas, conjugaban un escenario que rosaba el límite la desolación y donaire fúnebre.
Parecía que el tiempo y el espacio se habían detenido en una singularidad, para dar paso a un desgarrador sentimiento de nostalgia que ya empezaba a embargar al presidente, quien se dirigió directamente a su despacho.
Aquella mañana no hubo llamadas, ni visitas, ni reuniones. Prendió un televisor y quedó absorto al ver que el pueblo estaba en las calles eufórico, celebrando el triunfo de la oposición.
Era una locura. El presidente fue cambiando de canal en canal. Al rato, ya había perdido la capacidad de espanto al ver a muchísimos analistas políticos y hacedores de opinión, que les eran afectos, dirigirse con desprecio y desdén sobre la figura del presidente. Solo así comprendió la deleznable condición creativa de las “bocinas” y limpiasacos.
Por la tarde, de regreso a su casa, el presidente observó una multitud, decenas de autos aparcados, una fila larguísima de personas. ¿No entendía qué era eso, por lo que preguntó al chofer de qué se trataba aquello? – “El presidente electo se mudó a esa residencia ayer mismo y vive ahí ahora, señor presidente”- contestó el chofer.
El presidente dirigió su mirada confusa y lejana, fijamente por el cristal trasero del vehículo al pasar por aquel lugar, escenario que le recordó el día después de haber ganado las elecciones casi 8 años antes y así, solo así comprendió y sintió cuál es el peso de la “soledad del poder”.