La violencia sexual deja marcas que van más allá del cuerpo

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Diversas investigaciones científicas confirman que una agresión sexual no solo causa daño físico y emocional, sino que también altera el funcionamiento del cerebro. Estas modificaciones neurológicas explican por qué muchas víctimas desarrollan trastorno por estrés postraumático (TEPT), un cuadro que puede perdurar años e incluso décadas después del ataque.

El TEPT se manifiesta con síntomas como ansiedad intensa, pesadillas, recuerdos intrusivos, dificultad para dormir, hipervigilancia y sensación constante de peligro. Según la Asociación Americana de Psiquiatría, las agresiones sexuales son el tipo de trauma que más frecuentemente deriva en este trastorno.

Cambios cerebrales provocados por el trauma sexual

Estudios en neuroimagen muestran que el cerebro de una persona que ha sufrido agresión sexual presenta alteraciones específicas en tres regiones clave:

  1. Amígdala: encargada de detectar amenazas. Después del trauma, permanece hiperactiva, generando miedo constante y respuestas desproporcionadas ante estímulos neutros.

  2. Hipocampo: responsable de organizar los recuerdos. Su función se ve afectada por los altos niveles de cortisol (hormona del estrés), lo que explica la fragmentación o confusión de la memoria que suelen reportar las víctimas.

  3. Corteza prefrontal: área asociada con el control de impulsos y la toma de decisiones. Su actividad disminuye tras un trauma severo, dificultando el manejo emocional y la capacidad de concentrarse o planificar.

Estas alteraciones no son signos de debilidad ni imaginarios: son respuestas fisiológicas ante un evento extremo. El cerebro se reconfigura para sobrevivir, pero esa misma adaptación puede generar sufrimiento prolongado.

“No es que no quieran recordar, es que el cerebro se protege”

La neuropsicóloga Rebecca Campbell, reconocida por su investigación sobre la neurobiología del trauma sexual, explica que durante una agresión “el cerebro entra en modo supervivencia”. En ese estado, las funciones racionales se desactivan y el cuerpo actúa bajo impulsos automáticos. Esto significa que las víctimas pueden no gritar, no resistirse o incluso permanecer inmóviles, lo que erróneamente se interpreta como consentimiento.

Campbell señala que la confusión o los vacíos de memoria posteriores no indican mentira ni manipulación, sino un mecanismo biológico de defensa. “El hipocampo deja de registrar la secuencia completa del evento porque la prioridad del cerebro es mantener con vida al cuerpo”, subraya.

Secuelas emocionales y físicas a largo plazo

El estrés postraumático asociado a la agresión sexual puede provocar depresión crónica, adicciones, problemas de sueño, enfermedades autoinmunes e incluso alteraciones cardiovasculares. En adolescentes, los efectos son más graves: el trauma interfiere con el desarrollo cerebral, afectando la madurez emocional y la capacidad de aprendizaje.

La psicóloga clínica Bessel van der Kolk, autora de El cuerpo lleva la cuenta, advierte que “el trauma no se borra; vive en la mente y en el cuerpo, reactivándose cada vez que el entorno recuerda al cerebro aquella amenaza original”.

Caminos hacia la recuperación

A pesar del daño, la ciencia también ha demostrado que el cerebro puede sanar. Terapias como EMDR (Desensibilización y Reprocesamiento por Movimiento Ocular), la terapia cognitivo-conductual enfocada en trauma y las intervenciones basadas en mindfulness han mostrado eficacia en la reducción de síntomas del TEPT.

El apoyo familiar y social, el reconocimiento público y el acceso a tratamiento especializado son factores determinantes para la recuperación.

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