Libro de Esteban Cabrera revela el drama de dominicanos deportados desde cárceles privadas de EE.UU

El capítulo también explora la doble deportación, una tendencia creciente entre dominicanos que, tras ser deportados desde EE.UU., logran establecerse en Europa, particularmente en España, Alemania o Francia, solo para ser posteriormente repatriados de nuevo a su país, muchas veces sin haber cometido delitos graves. “Llegan marcados dos veces. Sin papeles, sin recursos, sin red familiar y con la etiqueta de criminal tatuada por dos sistemas. Son ciudadanos de ningún lugar”, afirma el autor.
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Nueva York:  En uno de los capítulos más impactantes de su nuevo libro “Venta de prisiones en EE.UU.: El Otro Wall Street”, el director del periódico El Faro Latino Esteban Cabrera revela con crudeza cómo el sistema penitenciario privatizado de Estados Unidos se ha transformado en una maquinaria de deportación rentable, donde miles de dominicanos se convierten en “productos humanos” que generan ingresos para grandes corporaciones carcelarias.

Con base en datos migratorios, contratos con empresas como GEO Group y CoreCivic, y testimonios desgarradores de detenidos y familiares, Cabrera expone cómo muchos dominicanos son arrestados por infracciones menores, recluidos sin acceso a fianza ni defensa legal, y  después de pasar años encerrados, luego son deportados por vía rápida. “Cada dominicano en una celda privada es dinero en movimiento. No se trata de justicia, se trata de facturación diaria por cabeza”, denuncia el autor.

Más de 82,000 dominicanos fueron deportados entre 2017 y 2024, muchos de ellos tras haber sido detenidos en prisiones privadas bajo contratos federales que pagan hasta $300 dólares diarios por persona encarcelada. El capítulo describe cómo estos centros operan como “bodegas humanas”, sin supervisión adecuada, sin atención médica oportuna, y sin representación legal efectiva, en una cadena de lucro que culmina con la deportación.

Pero el drama no termina con el abordaje del avión. Una vez en República Dominicana, los deportados enfrentan una segunda condena,  la exclusión social e institucional. Sin acceso a programas de reinserción, sin empleo, sin apoyo psicológico ni vivienda, muchos se ven forzados a vivir en condiciones de pobreza extrema o regresan al ciclo migratorio irregular. “El Estado dominicano les niega incluso el derecho a la identidad. Muchos no tienen cédula, no pueden conseguir un trabajo y todo se le dificulta”, denuncia Cabrera.

El capítulo también explora la doble deportación, una tendencia creciente entre dominicanos que, tras ser deportados desde EE.UU., logran establecerse en Europa, particularmente en España, Alemania o Francia, solo para ser posteriormente repatriados de nuevo a su país, muchas veces sin haber cometido delitos graves. “Llegan marcados dos veces. Sin papeles, sin recursos, sin red familiar y con la etiqueta de criminal tatuada por dos sistemas. Son ciudadanos de ningún lugar”, afirma el autor.

“El dominicano preso en EE.UU. no es solo un inmigrante. Es un activo financiero”, escribe el autor. “Se les arresta, se les traslada a instalaciones privadas, se les niega fianza, se les dificulta el acceso a representación legal, y luego se les deporta como si fueran un desecho humano. Pero en cada paso, alguien factura”.

El capítulo denuncia también la pasividad del sistema consular dominicano, que en muchos casos permanece ausente, sin brindar apoyo a los detenidos ni intervenir cuando se violan sus derechos fundamentales. A esto se suma el silencio de las autoridades dominicanas frente a una situación que afecta a miles de familias en la diáspora.

Cabrera expone cómo los dominicanos arrestados por infracciones menores, desde violaciones de tráfico hasta cuestiones migratorias administrativas, son enviados a centros de detención migratoria con fines lucrativos, donde el gobierno federal paga entre $150 y $300 diarios por cada recluso.

Testimonios recogidos en barrios de Santo Domingo Este, San Cristóbal y Santiago revelan que muchos deportados terminan estigmatizados como delincuentes sin que medie proceso judicial alguno. “Aquí nos ven como basura americana, como si haber estado preso allá fuera sinónimo de ser culpable”, dice uno de los entrevistados. La falta de programas estatales de reeducación y el silencio de las autoridades dominicanas agravan la crisis.

Este capítulo se proyecta como uno de los más leídos y comentados de “Venta de prisiones en EE.UU., un libro que denuncia con datos, documentos oficiales y lenguaje directo cómo el encarcelamiento de inmigrantes, en especial afrodescendientes y latinos,  ha sido transformado en un negocio multimillonario. Cabrera no solo escribe, interpela.

Entre los testimonios incluidos en el capítulo, destaca el de Luis M., un dominicano que fue detenido por ICE tras una infracción menor en Nueva Jersey. Pasó ocho meses en una prisión privada de Luisiana antes de ser deportado. “Nunca vi a un juez. Me dijeron que tenía derecho a abogado, pero que debía pagarlo yo. Lloraba por mi hija. Me sacaron de madrugada sin avisar y me montaron en un avión esposado”, relata en el libro.

Cabrera también investiga cómo los bonos financieros respaldados por los contratos de detención migratoria son vendidos en Wall Street, y cómo fondos de inversión, aseguradoras y bancos internacionales participan indirectamente del sistema de encarcelamiento masivo.

La obra será presentada próximamente en actividades organizadas por la diáspora dominicana en Nueva York, Nueva Jersey y Massachusetts, así como en espacios académicos y comunitarios. El autor busca que este libro se convierta en una herramienta de denuncia, educación y movilización colectiva.

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