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Los 3 Filtros de Sócrates

“El chisme, al principio puede parecer divertido, pero chismorrear nos llena el corazón de amargura y, eventualmente, nos envenena a nosotros mismos”. Papa Francisco.
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Sócrates fue un filósofo clásico griego que vivió en Atenas alrededor del siglo 5 a. C.. Es posiblemente el padre de la filosofía y la ética occidental.

No dejó ningún escrito, pero inspiró a muchos discípulos, como Platón y Jenofonte.

Sócrates tenía una gran reputación de sabiduría. Creía que la discusión es superior a la escritura y, por lo tanto, pasó la mayor parte de su vida en los mercados y plazas públicas de Atenas, dando discursos e iniciando diálogos.

Una de sus contribuciones más importantes es el método socrático. El método socrático es una forma de manejar una conversación lógica y productiva entre personas. Consiste en hacer una serie de preguntas alrededor de un tema, formuladas como un test de lógica, para estimular el pensamiento crítico y extraer ideas y presuposiciones subyacentes.

Un día alguien vino a ver al gran filósofo y le dijo:

– Sabes lo que acabo de escuchar de tu amigo?

“Un momento”, respondió Sócrates. “Antes de que me digas, me gustaría hacerte una prueba, la de los tres filtros.”

– Los tres filtros?

“Sí”, continuó Sócrates. “Antes de contar algo sobre los demás, es bueno tomarse el tiempo para filtrar lo que te gustaría decirme. Lo llamo la prueba de los tres filtros.”

La Prueba De Los Tres Filtros De Sócrates

La Primera Prueba: El filtro de la verdad.

“Verificaste si lo que me dices es cierto?”

– No … solo me enteré …

“Muy bien. Entonces no sabes si es verdad.

Continuamos con el segundo filtro.”

La Segunda Prueba: El filtro de la bondad.

“Lo que quieres decirme sobre mi amigo es algo bueno?”

– Ah, no! Al contrario!
“Entonces”, — continuó Sócrates, — “quieres decirme cosas malas sobre él y ni siquiera estás seguro de que sean ciertas.”

“No te preocupes, quizás aún puedas pasar la tercera prueba, el filtro de utilidad.”

La Tercera Prueba: El filtro de la utilidad.

“Es útil para mí saber lo que me vas a decir sobre este amigo?”

– Realmente, no.

“Entonces”, concluyó Sócrates, “lo que querías decirme no es ni verdadero ni bueno ni útil! Para qué quiero yo saberlo?

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