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Los reguetoneros las prefieren rubias

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Desde la película El nacimiento de una nación (1915), al mando de ese padre fundador del lenguaje fílmico y estratega del montaje en la pantalla nombrado David Wark Griffith, la cinematografía estadounidense inoculó al nitrato de su celuloide un repudiable racismo que discurrió de muy explícito –entonces– a más o menos velado, al paso de las décadas.
En 1991, Spike Lee, otro gran cineasta (afroamericano este), estrenó Fiebre salvaje, entre los filmes de menor dignidad moral de su destacada carrera, por el abierto racismo a la inversa (o sea, de negros hacia blancos) propalado en el relato.
Su compatriota, la cantante Beyoncé, financió y protagonizó otro alegato racista del mismo corte –de afrodescendientes a caucásicos– en el thriller Obsesionada (2009).
Toda forma de discriminación es censurable, cuales fueren su molde o procedencia. Si impugnación merece la expresión clásica o histórica de blancos hacia negros, igual lo concita la variante inversa. O el corte expuesto en buena parte de los videos de reguetón actuales: el autorracismo: de negros hacia negros.
Realicé un estudio comparativo a partir de una muestra aleatoria de 550 clips de reguetón y trap facturados entre el 2015 y el 2018 en República Dominicana, Puerto Rico, Cuba, Colombia, Panamá y Estados Unidos. Durante un periodo de tres meses visioné y analicé cada uno de estos materiales, desde el prisma referido.
Los resultados son estos: de los 550 video clips, 417 fueron hechos al servicio promocional de temas defendidos por artistas negros o mulatos; sin embargo, la composición étnica de las modelos empleadas en estos últimos clips fue así: 82 % de bailarinas blancas (de ellas, el 79 % rubias); solo el 14 %, negras, y el resto, asiáticas.
Por ende, es factible «robarle» a Howard Hawks el título de su cinta de 1953: Los caballeros las prefieren rubias, y parafrasear, con certeza, que los reguetoneros también las prefieren rubias.
Al margen de que, por supuesto, en la mayor parte de los casos los propios reguetoneros no son los autores de los videos, pues estos son filmados por realizadores, todo cantante supervisa y avala la terminación del servicio
contratado. Por tanto una exoneración de culpas, para endilgársela a los directores, no procede.
La amarga verdad es que continúa teniendo lugar en gran parte de la producción audiovisual reguetonera del área caribeña esa forma peculiar –y no menos abominable–, de racismo consistente en abjurar de la propia raza de los cultores, en función de «privilegiar» a las modelos blancas. Algunos, quizá, creen añadir valor a su falaz condición de «macho alfa», a partir de una posición de ente dominador de la mujer blanca.
Llevo un cuarto de siglo escribiendo de temas parecidos y nunca creí tener que llegar a un punto donde precisase dedicar un comentario a un asunto así, capaz de provocar tanta vergüenza ajena. Cualquier forma de desprecio a otro ser humano, repito, es censurable.

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