Marco Rubio cuestiona a la OEA y expone sus debilidades ante la crisis haitiana

El secretario de Estado de Estados Unidos, Marco Rubio, ha vuelto a poner sobre la mesa la fragilidad institucional de la Organización de Estados Americanos (OEA), esta vez con la crisis haitiana como telón de fondo.
Durante una comparecencia ante la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado, Rubio lanzó una crítica directa: si la OEA no puede responder colectivamente a una catástrofe en su propio hemisferio, ¿para qué sirve?
Sus declaraciones se produjeron en una audiencia centrada en los recortes al presupuesto del Departamento de Estado y al financiamiento de organismos multilaterales. Rubio defendió que la participación estadounidense debe evaluarse según su utilidad concreta y cuestionó que entidades como la OEA, a las que Washington aporta recursos significativos, permanezcan inactivas frente a emergencias regionales.
“No estamos diciendo que debemos retirarnos. Pero si esta organización no puede asumir liderazgo en Haití, entonces ¿cuál es su función?”, preguntó el alto funcionario.
El secretario de Estado evocó el antecedente de 1965, cuando la OEA, a través de la Fuerza Interamericana de Paz, encabezó una misión de intervención en República Dominicana.
Sin embargo, omitió otras experiencias más recientes como la fallida Misión Civil Internacional en Haití (Micivih), organizada junto a la ONU en los años noventa.
En cualquier caso, su mensaje fue inequívoco: urge una acción hemisférica coordinada que no dependa exclusivamente de Estados Unidos o de la parálisis del Consejo de Seguridad de la ONU.
Rubio agradeció a Kenia por liderar la Misión Multinacional de Apoyo a la Seguridad (MSS) en Haití, pero reconoció que esa iniciativa, por sí sola, no basta. “Queremos tener un rol activo, pero necesitamos que organizaciones como la OEA, que reciben un considerable aporte americano, den un paso adelante”,subrayó.
Si el organismo no responde ante una crisis sin precedentes en el continente, ¿merece seguir siendo financiado? La situación haitiana representa un nuevo tipo de desafío: no se trata de un conflicto ideológico o de una lucha electoral, sino de un país desbordado por el crimen organizado y el colapso institucional. Y ante esa realidad, el hemisferio parece no tener un mecanismo ágil para responder. La OEA, atrapada entre su historia y su presente, entre sus aspiraciones y su capacidad real, se encuentra ahora en el foco de atención. La pregunta de Rubio no es retórica, es estructural. Y la respuesta —si llega— marcará no solo el futuro de Haití, sino el de la propia OEA como plataforma hemisférica relevante o como simple foro sin consecuencias.
Una organización debilitada
Las declaraciones de Rubio reavivan una pregunta clave: ¿está la OEA en condiciones de liderar una respuesta eficaz a la crisis haitiana? En la práctica, la organización atraviesa una prolongada crisis de liderazgo, legitimidad y presupuesto.
Desde 2024 está dirigida por Albert Ramdin, diplomático de Surinam, el primer caribeño en asumir la Secretaría General. Su llegada generó expectativas de renovación y una mayor articulación con los países del Caribe, que representan un bloque significativo dentro del organismo: 14 votos, incluyendo a Haití, que además es miembro activo de la Comunidad del Caribe (CARICOM).
Ese bloque caribeño, que históricamente ha ejercido una influencia clave en las votaciones de la OEA, es visto como una palanca de acción frente a la crisis haitiana.
De ahí que la elección de Ramdin haya sido interpretada como una oportunidad para que la organización retome liderazgo regional en temas que afectan directamente a sus propios miembros. Sin embargo, esa articulación aún no se ha traducido en acciones concretas frente al colapso institucional haitiano.
La OEA enfrenta déficits financieros crónicos, tensiones ideológicas entre sus Estados miembros y una creciente irrelevancia en el escenario internacional.
Su actuación ha sido criticada por falta de coherencia: ha sido activa —y polémica— en crisis como la de Bolivia o Venezuela, pero casi ausente en Haití, donde el control territorial por parte de pandillas y el colapso estatal exigen una respuesta hemisférica contundente.
Rubio, quien ya había expresado esta posición en visitas a la región —incluida la República Dominicana—, parece decidido a trasladar esa presión a la Asamblea General de la OEA que se celebrará en junio en Antigua y Barbuda.
Su visión apunta a que Haití se convierta en prueba de fuego para la utilidad real del organismo.
La Corte Suprema permitió que el gobierno ponga fin a las protecciones que habían permitido que unos 350,000 inmigrantes venezolanos permanecieran en Estados Unidos. Ese grupo podría enfrentar la deportación. El gobierno también cancelará la designación para cerca de medio millón de haitianos en agosto. El gobierno de Joe Biden amplió la designación. Cubre a personas de más de una docena de países, aunque la mayoría de ellas provienen de Venezuela y Haití.