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Niña fue secuestrada por un amigo de su familia y vivió 17 días en un ataúd bajo tierra

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La vida de Katie Beers no iba por buen camino. En 1992 era una nena de 10 años que vivía la mayor parte de su tiempo deambulando por las calles del pueblo de Bay Shore, en el Estado de Nueva York.

En el pequeño pueblo cercano a Manhattan todos la conocían. La veían muchas veces sucia y con su pelo enredado y a veces le daban algo de comer

Una tarde de ese año a comienzos de la década del 90 todo se complicó aún más en la vida de Katie. Un vecino, amigo de la familia, la vio y se la llevó a su casa engañada. Le prometió comida y le habló en forma amable. Quizás fue tan cariñoso como nadie había sido con ella en su corta vida. Era un lobo con piel de cordero.

El hombre mantuvo a la nena secuestrada en un búnker subterráneo del tamaño de un ataúd. Katie estuvo muerta en vida durante 17 días. La nena solo era arrastrada fuera de su cajón por el hombre para abusarla sexualmente. En esos momentos, le hablaba al oído y le aconsejaba que no grite. “Vas a ser mi prisionera toda tu vida”, le espetaba mientras la agarraba fuerte del pelo. Muchos años después, Katie aún siente el aliento de su secuestrador y ve sus dientes amarillos muy cercanos a sus ojos. Por suerte pudo olvidar su voz. Ya no la persigue.

Tras la aparición de Katie, los diarios de Nueva York describieron su infancia como la de un personaje de Charles Dickens. Así, la nena aparecía en las afueras de la gran ciudad corriendo descalza y realizando tareas domésticas como llevar la ropa a un lavadero automático desde sus 4 años. Su madre estaba ausente.

En las novelas de Dickens, los héroes son niños. Se trata de criaturas pequeñas y desamparadas, pero a la vez inquebrantables. Vagan por las calles de Londres, la gran ciudad hostil. Los persiguen perversos, parecidos a John Espósito, el secuestrador de Katie. Pero ellos, en la ficción, permanecen inmunes a todas las influencias adultas de la sociedad. Así vivió, Katie los primeros años de su vida en Bay Shore, cerca de Nueva York.

Pese a las amenazas Espósito, no pudo aguantar el asedio policial. Los agentes empezaron a sospechar de él. Entonces, fue hasta la comisaría de Bay Shore y confesó el secuestro. Dos policías con tazas de café humeantes en sus manos lo escucharon y abrieron sus ojos bien grandes. No podían creer lo que escuchaban.

Secuestrador capturado

Espósito extendió sus brazos para esperar las esposas. Dos patrulleros fueron hasta su casa en un barrio demasiado tranquilo de Bay Shore y rescataron a Katie. La nena fue liberada de su secuestrador y al mismo tiempo de su familia que la había dejado abandonada, sin contención y siendo abusada desde que era apenas un bebé. Fue entregada a una familia sustituta de Queens. Allí creció tratando de olvidar todo lo que sufrió.

Katherine Beers había nacido en Nueva York el 30 de diciembre de 1982. En su primera infancia, vivió en Long Island con su madre biológica y su medio hermano mayor, John Beers.

Su madre, Marilyn con frecuencia dejaba a Katie al cuidado de su madrina Linda Inghilleri y su esposo, Sal.

La nena sufrió constantes abusos sexuales a manos de Sal Inghilleri. “Fui violada físicamente y emocionalmente”, dijo Beers cuando ya era una mujer adulta en una entrevista con ABC News.

Eso no es todo, el futuro secuestrador ya rondaba a la nena. Espósito era amigo de Sal. Desde muy chica se le acercó con regalos y golosinas para ella y su hermano John.

El violador primero abusó del hermano de Katie. Los investigadores creen que lo hizo hasta que el joven ya era un adolescente y empezó a resistirse. Entonces, Katie fue el próximo objetivo de Espósito.

Ya en 1978, Esposito se había declarado culpable del intento de secuestro de un niño de siete años en un centro comercial de Bay Shore. De esa manera pudo evitar la cárcel. Pese a eso, los Beers lo tenían como amigo y lo dejaban acercarse a John y Katie.

El testimonio de Katie

“Crecí en un mundo donde el abuso se ocultaba debajo de la alfombra y no se denunciaba. No sé si fue porque se hacía la vista gorda o porque se ignoraba”, diría Katie muchos años después de haber vivido el calvario en la casa de Espósito.

Esposito, un contratista de obras, había construido su propio departamento sobre el garaje de la casa familiar que había quedado vacía. La mayoría de sus parientes se habían mudado más cerca de Manhattan por cuestiones laborales.

Lo que nadie supo hasta el secuestro de Katie es que este hombre realizó también un túnel subterráneo que conducía a una mazmorra de concreto del tamaño de un ataúd justo debajo de la casa.

Una vez terminada la obra, a Espósito solo le quedaba buscar una víctima. Y es el momento en que se cruza en su camino Katie Beers.

Los primeros minutos que Katie pasó en la casa de su secuestrador todavía no la hicieron imaginar lo que vendría. Beers se sentó en la cama de Espósito y usó un joystick para jugar al pacman en la nueva consola que había comprado el violador.

Entonces, cuando veía que aumentaba la confianza, Espósito se le abalanzó e intentó darle un beso. La nena lo rechazó y comenzó a llorar. Ese fue el momento en que el hombre decidió que Katie iba a vivir toda su vida en el ataúd que había construido debajo de su casa.

La agarró fuerte del brazo y la llevó por el túnel oscuro que partía desde atrás de una biblioteca en la pieza del hombre. Empezaba un verdadero calvario para Katie.

Beers pasaría los siguientes 17 días encarcelada en la pequeña caja de cemento. Sus gritos nunca pudieron traspasar el grosor de las paredes, ni llegar a la superficie. El búnker tenía un baño y un sistema de CCTV preparado hace años por Esposito específicamente para la llegada de Beers. Así, desde la casa el secuestrador veía a la nena en todo momento.

Con Beers como prisionera, Esposito ideó una explicación para su desaparición y una coartada para que nadie sospechara de él.

El hombre obligó a Katie a grabar un mensaje de voz en la que denunciaba haber sido capturada por un desconocido. “Tía, un hombre me secuestró y tiene un cuchillo y, oh no, aquí viene ahora mismo”, decía en el mensaje breve.

Espósito fue a una casa de videojuegos y desde un teléfono público emitió el mensaje de la nena a una operadora del 911. Luego, entró al salón y a los gritos empezó a buscar a Katie. La policía le tomó declaración y comenzó con la búsqueda de la nena. Todas las pistas se desvanecían muy cerca del supuesto lugar del secuestro. Mientras tanto, Katie yacía debajo de la tierra en un ataúd.

Esposito le dio a la niña mantas, juguetes, comida chatarra y gaseosas durante sus frecuentes visitas a su celda. La televisión se convirtió en el único contacto de Katie con la realidad. Allí, miró dibujitos animados, pero también canales de noticias que hablaban de su secuestro. Su esperanza se mantenía intacta.

La nena todo el tiempo temía que Espósito la sorprendiera durmiendo. Pasó la mayor parte de los 17 días despierta acurrucada y tapada con las frazadas sucias que le había dado el violador.

Los diálogos con su secuestrador

Espósito insistía en que no la soltaría jamás. “¿Cómo voy a ir a la escuela?”, le preguntaba con intenciones de hacerlo dudar. El hombre insistía en que su plata alcanzaba para mantenerla allí en su pequeño búnker. “Cuando cumplas 18 años nos casamos”, amenazaba el captor.

Sin embargo, Espósito empezó a dudar. Su paranoia crecía cada vez que veía pasar un patrullero por la puerta de su casa. Corría las cortinas del living y miraba con desconfianza. Empezaba a sudar en frío y temblaba hasta que el auto se alejaba hacia el final de la calle.

Ya adulta, Katie escribió un libro con sus memorias en el que recordó todo lo vivido en esos 17 días que estuvo secuestrada
Ya adulta, Katie escribió un libro con sus memorias en el que recordó todo lo vivido en esos 17 días que estuvo secuestrada.

Entonces, los detectives empezaron a sospechar de Espósito. Muchos testigos aseguraron que había llegado solo al local de videojuegos.

Los policías empezaron a vigilar constantemente al hombre. Casi no podía ir a comprar al mercado del barrio sin tener un patrullero cerca. Los agentes visitaron varias veces la casa del sospechoso, pero nunca pudieron escuchar los gritos de Katie. Fue así que el 13 de enero de 1993 confesó el secuestro y los policías liberaron a Katie de su ataúd bajo tierra.

Katie Beers fue colocada inmediatamente con una amorosa familia adoptiva en East Hampton, Nueva York, lo que le permitió finalmente escapar de su infancia plagada de abusos sexuales.

Ya adulta, Katie escribió un libro con sus memorias en el que recordó todo lo vivido en esos 17 días que estuvo secuestrada.

En el texto autobiográfico, Katie recordó verse de niña jugar en la tierra mientras Esposito construía lo que sería su futura celda . “John dijo que iba a ser un búnker subterráneo antibombas”, escribe Beers.

 

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