¿Qué ocurre en nuestro cerebro cuando perdemos la paciencia?
El pasado 31 de diciembre, cuando el Papa Francisco saludaba a sus feligreses mientras se encontraba camino a la Plaza San Pedro, una mujer lo retuvo y lo jaló del brazo con la intensión de acercarlo hacia ella. Ante esta situación, el sumo pontífice, irritado, reaccionó propinándole un manotazo para zafarse. Las imágenes del suceso fueron muy difundidas en los medios de comunicación y generaron todo tipo de comentarios.
“Me disculpo por el mal ejemplo dado ayer”, expresó el sumo pontífice antes de la tradicional oración del Ángelus del 2020, pese a que su comportamiento también fue interpretado como una actitud de autodefensa. Al parecer, el tirón de la mujer le causó dolor, además de molestia, lo que provocó su reacción.
¿Qué ocurre en nuestro cerebro cuando perdemos la paciencia?
La paciencia, según el Diccionario de la Real Academia Española, es la capacidad de padecer o soportar algo sin alterarse.
También es una virtud anhelada por la humanidad desde la antigüedad, es un don que asociamos comúnmente a personas sabias o que han logrado dominar su temperamento y que les permite mantenerse serenos ante las circunstancias más difíciles.
Además, se relaciona con una serie de beneficios positivos para la salud, tales como la disminución de la depresión y otras emociones negativas. Algunos investigadores han llegado a la conclusión de que las personas pacientes ostentan conductas más prosociales, como la empatía, y son más propensas a demostrar generosidad y compasión.
Un estudio con imágenes de resonancia magnética funcional, publicado en ‘Journal of Consumer Psychology’, demostró que la corteza cingulada anterior (ACC) del cerebro, encargada de reconocer que una situación tiene muchas posibles respuestas y que algunas son más convenientes que otras, se activa siempre independientemente de la decisión que tomemos. Esta zona reconoce, por ejemplo, cuando algo nos tienta.
Por otro lado, la verdadera “llave” del autocontrol reside, según el estudio, en la región conocida como corteza prefrontal dorsolateral -la que dice “querría hacer esto, pero debo sobreponerme a ese impulso y actuar de manera inteligente”- se activa con menos intensidad a medida que nuestra capacidad de autocontrol se agota. Y las técnicas de neuroimagen revelan que es la falta de actividad de las neuronas de esta zona lo que hace que, en ocasiones, “las situaciones nos saquen de nuestras casillas” y no actuemos con sensatez, aclaran los científicos.
La investigación considera que el autocontrol debería ser comparado con una piscina que se puede vaciar por el uso y volverse a llenar cuando estamos en un ambiente sin excesivos conflictos, lejos de «tentaciones que lo desgastan».
Una virtud que se puede entrenar
No se nace paciente, los bebés lloran cuando tienen hambre. La naturaleza del niño es la impaciencia porque pocas cosas dependen de ellos, porque casi nada está bajo su control.
Por eso, a medida que crecemos, podemos ir entrenándonos, aprendiendo a tolerar el sufrimiento que provoca el desconocimiento, la incertidumbre, el descontrol; lo cual nos genera impaciencia.
La buena noticia es que todos podemos cultivar la paciencia.
Un estudio publicado en 2012 en la revista ‘Journal of Positive Psychology’ identificó tres formas distintas de expresar la paciencia: la interpersonal, que es cuando conservas la calma al enfrentarte a alguien que está molesto, enojado o es insufrible; ante las adversidades de la vida, es decir, cuando ves el lado positivo de las cosas después de un gran contratiempo, y ante las dificultades diarias, que se refiere a reprimir el enfado al lidiar con demoras o cualquier cosa irritante que pueda inspirar un tuit sarcástico.
Lo alentador es que ese mismo estudio descubrió que la paciencia es un rasgo de la personalidad que se puede modificar. Incluso si hoy no eres una persona particularmente paciente, aún hay esperanza de que puedas ser más paciente el día de mañana.