Trasplantan ojo y cara a un hombre en Arkansas
Un equipo quirúrgico del NYU Langone Health de Nueva York había realizado con éxito el primer trasplante de ojo entero del mundo en una persona viva: su marido, Aaron James.
Tras un accidente laboral que le hizo perder el ojo izquierdo y parte de la cara, Aaron tuvo una nueva oportunidad.
Cuando Meagan miró por primera vez el nuevo ojo de su marido se dio cuenta, a pesar de la hinchazón postoperatoria, que era marrón. Aaron tiene naturalmente ojos azul profundo.
También vio su nueva nariz, labios y mejillas, en las que ya crecía algo de barba. Vio un rostro lleno de gratitud y fue entonces cuando la emoción se apoderó de ella. Se alegró por su marido con quien había compartido ya 20 años.
“Fue una sensación loca, genial, rara, extraña, eufórica, feliz —dijo Meagan—. Estaba feliz de que lo hubiera superado, y todo era bueno en ese momento”.
Aquel día de finales de mayo, un equipo de más de 140 cirujanos de NYU Langone Health completó la intervención de trasplante de Aaron, que duró unas 21 horas. La operación consistió en trasplantar todo el ojo izquierdo y partes de la cara de un único donante. Fue una primicia médica.
Según su equipo médico, el ojo de Aaron muestra ahora signos “notables” de salud. Aunque no puede ver por el ojo, mantiene la esperanza de que la visión llegue con el tiempo y de que su intervención, la primera de su clase, pueda contribuir al avance de la medicina de los trasplantes.
“Ésa es mi mayor esperanza —afirma Aaron—. Si puedo ver, estupendo. Pero si sirve para iniciar el siguiente camino en el campo de la medicina, entonces estoy totalmente a favor”.
Un accidente que cambió su vida
Ver el nuevo ojo y la nueva cara de Aaron “no fue tan impactante” como verlo la noche de su accidente, dice Meagan.
Aaron, un veterano militar de 46 años que vive en Arkansas, trabajaba como instalador de líneas eléctricas de alta tensión, y aquella noche de junio de 2021 estaba con sus compañeros en Mississippi cuando su cara tocó accidentalmente un cable con corriente.
La mortal descarga eléctrica de 7.200 voltios causó graves lesiones en la cara de Aaron —ojo izquierdo, nariz y labios, la zona de la mejilla izquierda y la barbilla—, así como en el brazo izquierdo.
De vuelta en Arkansas, Meagan y su hija Allie, que estaba en el instituto, volvían a casa del supermercado cuando sonó el teléfono de Meagan. No reconoció el número, pero contestó. Oyó las palabras “Aaron”, “accidente” y “grave”.
Al llegar a casa, Meagan hizo la maleta y condujo unas cuatro horas y media hasta Mississippi, donde Aaron estaba ingresado en un hospital local. Durante el trayecto, su teléfono volvió a sonar. Esta vez era un médico. El médico le describió el estado de Aaron y le explicó que se había electrocutado.
“¿Está bien? ¿Se va a poner bien?”, preguntó Meagan. Recuerda que el médico respondió: “Lo único que puedo prometerle es que no morirá antes de que usted llegue”.
Meagan recuerda que le decía a Aaron “ten cuidado” todas las mañanas antes de ir a trabajar. Todavía piensa en la mañana del accidente y se pregunta si le dijo “ten cuidado” ese día.
“Dios mío, se quedó sin cara”
Meagan permaneció al lado de Aaron mientras lo trasladaban a distintos centros médicos para someterlo a cuidados intensivos, a operaciones reconstructivas y a la amputación del brazo izquierdo.
Cuando lo trasladaron a una unidad de quemados de Dallas, Allie, que en ese momento estaba con su abuela, pudo visitarlo: “Cuando lo vi, el hueso de su barbilla era visible”.
Allie sigue: “Podía verle la cuenca del ojo y todo lo demás, estaba viendo su cráneo, y creo que esa fue la parte que más me asustó. Me dije: ‘Dios mío, se quedó sin cara’. Lo que más me preocupaba era cómo iba a estar cuando estuviera despierto y consciente”.
Aaron dice que no recuerda el accidente en absoluto.
“Básicamente, me levanté, me fui a trabajar y me desperté seis semanas después en Dallas, Texas —dijo—. Es una sensación extraña cuando de repente te despiertas en un hospital”.
La primera vez que Aaron se vio a sí mismo después del accidente fue desde la cama del hospital de Dallas. Le pidió a Meagan que le tomara una foto, pero ella no estaba segura de hacerlo.
“Me dijo: ‘¿Estás seguro?’. Le dije: ‘Sí, no pasa nada'”, cuenta Aaron.
“Tomó la foto, dio la vuelta al teléfono y yo me quedé en plan: ‘Dios mío, esto está mal’ —recuerda—. Me sentía bien, así que sabía que no me iba a pasar nada. Pero nos esperaba un largo camino”.
El equipo médico de Aaron había mencionado a Meagan la opción de un trasplante de cara. Cuando ella se lo planteó a Aaron, él dijo que estaba “totalmente a favor”.
“En cuanto se habló del trasplante de cara, fue cuando pensé: ‘Oh, esto es algo grande’, porque no se hacen todos los días”, dijo.
En Nueva York, el Dr. Eduardo Rodríguez —director del Programa de Trasplantes Faciales de NYU Langone Health, que ya había realizado cuatro trasplantes faciales— y sus colegas conocieron el caso de Aaron a través de especialistas de Texas.
Tras saber más del accidente de Aaron y de sus lesiones, Rodríguez dijo que era “extraordinario” que hubiera sobrevivido.
“Verlo andar cuando en el hospital estaba totalmente desahuciado: fallo multiorgánico, tubo de respiración, si iba a sobrevivir, si iba a tener lesiones neurológicas… Verlo sin ninguna de esas secuelas es impresionante”, afirma Rodríguez.
“Es un testimonio de la medicina moderna para este paciente y su familia. Y también es un testamento de que, en estos casos, hay alguna participación celestial, donde no era su hora de irse”, sigue el especialista.