Un prólogo en blanco y una dedicatoria censurada, dan inicio al libro de Esteban Cabrea, “Privatización de prisiones en EE.UU.

En cada línea hay un destinatario real, presos, familias, comunidades, soñadores, y hasta quienes callaron por miedo. La dedicatoria es, en esencia, un altar de memoria y resistencia. Un recordatorio de que, aunque el negocio de las prisiones privadas se edifique sobre el silencio, siempre habrá páginas que se escriban para romperlo.
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Nueva York: El libro de investigación, “Privatización de Prisiones en Estados Unidos. El Otro Wall Street”, de la autoría del reconocido escritor dominicano-estadounidense,  Esteban Cabrera, es una singularidad que no empieza en la primera página con un prólogo, en su lugar, el escritor narra que no pudo hacer la dedicatoria a quien quería, y el prólogo quedó silenciado en un espacio en blanco que delatan la aprensión por el contenido del texto que trae impregnada la palabra “censura.”

En ese espacio íntimo, con olor a represalia, a veces breve y casi invisible, que se convierte en una suerte de manifiesto político y humano. Cada frase es un grito contenido, un recordatorio de que detrás de las cifras y de los contratos se esconden millones de historias truncadas en las cárceles privadas estadounidenses.

Como una voz de alerta del escritor, el libro se convierte en un manifiesto contra un modelo de negocio que ha dejado millones de vidas “a la deriva”, como escombros de una maquinaria diseñada para lucrar con el dolor.

Entonces la dedicatoria debió ser más amplia, más simple, pero mucho más dolorosa. “A los hombres, mujeres y niños convertidos en mercancía dentro de las prisiones privadas. Este libro es para que su voz nunca sea silenciada.”

La primera línea coloca en el centro de la obra a quienes han sido tratados como productos de un mercado, los encarcelados. La dedicatoria recuerda que las prisiones privadas no solo encierran cuerpos, sino que mercantilizan vidas. El valor simbólico radica en rescatar la voz de quienes nunca son escuchados, los prisioneros, los más invisibles de la sociedad.

“A las comunidades afroamericanas y latinas que han cargado con el precio más alto de un sistema que lucra con el dolor.”

Aquí la dedicatoria asume un tono histórico y racial. Reconoce que la privatización del castigo no golpea a todos por igual, sino que recae sobre comunidades específicas, como  afroamericanos y latinos. Es un acto de memoria colectiva, una forma de visibilizar que la desigualdad no es casual, sino estructural y diseñada para perpetuar beneficios económicos.

“A las familias que esperan a un padre, una madre o un hijo tras las rejas.”

La prisión no termina en los muros. Esta línea abre el foco a las familias, a quienes cargan con una condena silenciosa, la ausencia. La dedicatoria transforma la mirada,  no solo son los presos los que sufren, sino también quienes esperan por ellos, en un limbo interminable de dolor y resistencia.

“A los que luchan por volver a empezar; a ustedes, este libro les pertenece.”

El mensaje adquiere aquí un valor esperanzador. No todo es pérdida,  se reconoce a los exreclusos que, en contra de un sistema que apuesta por la reincidencia, intentan reescribir su vida. La dedicatoria se convierte en un acto de justicia simbólica, en un gesto de pertenencia. El libro se entrega a ellos como herramienta y como voz.

“A quienes fueron despojados de su libertad y reducidos a cifras en balances financieros. A las víctimas invisibles de un modelo carcelario que convirtió la justicia en negocio.”

En estas líneas, el texto denuncia la crudeza del sistema carcelario privado, la justicia convertida en commodity. Aquí la dedicatoria no es un gesto privado, sino una acusación pública. Es una llamada a mirar más allá de las celdas y observar los balances, las acciones y los dividendos que crecen sobre el sufrimiento humano.

“A los que creen que otro futuro es posible, donde la dignidad valga más que las acciones en Wall Street.”

La dedicatoria se proyecta hacia adelante. Reconoce a los soñadores, a quienes creen que la dignidad no puede cotizarse en bolsa. La frase tiene un poder simbólico doble que denuncia el presente y convoca a imaginar un futuro distinto, donde el valor humano supere al capital.

“Al prologuista silencioso que dejó su página en blanco. A los que quise dedicar este libro y no pude para evitar represalias y protegerlos.”

Estas últimas líneas son quizás las más demoledoras. No hablan ya de presos ni de familias, sino de la censura que acecha incluso a quienes investigan y denuncian. El silencio del prologuista y la autocensura forzada revelan el poder de las corporaciones y la fragilidad de la crítica. El mensaje es claro, denunciar este sistema tiene costos personales y políticos.

En cada línea hay un destinatario real, presos, familias, comunidades, soñadores, y hasta quienes callaron por miedo. La dedicatoria es, en esencia, un altar de memoria y resistencia. Un recordatorio de que, aunque el negocio de las prisiones privadas se edifique sobre el silencio, siempre habrá páginas que se escriban para romperlo.

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