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Vivir con miedo, al estilo Putin, el más despiadado criminal de Rusia

"Estos sentimientos encontrados hacen de este tirano y criminal de guerra su principal razón para no superar el miedo a la muerte que lo ha perseguido desde aquel día en que casi lo lincha una multitud en la Alemania Oriental, donde era agente de la Gestapo de la desaparecida Unión Soviética".
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Nueva York: El mundo entero estalló en una ira colectiva y universal, lleno de impotencia, avasallado ante las lúgubres imágenes de la ejecución de una orden considerada un crimen de guerra: Bombardear una maternidad y hospital infantil, lleno de niños. En una primera evaluación murieron 4 personas y al menos 17 resultaron gravemente lesionadas. Las imágenes de una mujer embarazada que era socorrida por el personal de emergencia dieron la vuelta al mundo.

Del colosal bombardeo, han circulado videos e imágenes desgarradoras que describen el estado de deterioro en que quedó el edificio con ventanas rotas, paredes destruidas y el interior hecho polvo. La maternidad y hospital infantil en la asediada ciudad “Mariúpol”, un poblado ucraniano ubicado al sureste del país desató la furia e indignación del el mundo entero en contra de Putin. El propio presidente de Ucrania, Volodymyr Zelensky, acusó directamente al ejército ruso del ataque, al que consideró como un crimen de guerra ordenado por Putin.

Que engañoso es el orgullo que precede a la caída espiritual del sátrapa y megalómano sin regreso de Putin, que se bate entre el odio irrefrenable que solo se siente en los más recónditos e indelebles laberintos del miedo sin regreso y el amor que solo siente por sus familiares. Estos sentimientos encontrados hacen de este tirano y criminal de guerra su principal razón para no superar el miedo a la muerte que lo ha perseguido desde aquel día en que casi lo lincha una multitud en la Alemania Oriental, donde era agente de la Gestapo de la desaparecida Unión Soviética.

Cuenta la historia que la noche del 5 de diciembre de 1989, días posteriores a la caída del muro de Berlín, en la ciudad de “Dresde” de la Alemania Oriental, los comunistas empezaron a ser perseguidos y muchos fueron ajusticiados en las calles. Ese día, una multitud enardecida se encaminó rumbo al cuartel de la “Stasi”, temida policía secreta, una vez controlado el cuartel, la multitud se dirigió entonces a los cuarteles del servicio secreto soviético, la “KGB”.

Cuando la turba empezaba a dirigirse a los cuarteles, apareció un oficial, bastante pequeño, agitado y dijo: ‘No intenten entrar a la fuerza. Mis camaradas están armados y tienen autorización para usar sus armas en caso de emergencia'». Escuchado esto, el grupo se retiró. Ese pequeño oficial era Vladimir Putin, quien, utilizando el miedo, evitó ser ejecutado junto a sus compañeros de la Gestapo. No obstante, Putin sabía que el peligro no había pasado. Más tarde contó que llamó al cuartel general de una unidad de tanques del Ejército Rojo destacada en la zona para pedir protección. En medio del caos, Putin quedó devastado con la respuesta que recibió de Moscú: Una imponente voz respondió en ruso: “! Moscú está callado!” De este modo, Putin y los demás agentes quedaron, no solo desprotegidos, sino también sin trabajo.

Putin el taxista

Putin queda sin trabajo, porque de repente había caído la URSS y con ella también en poco tiempo el muro de Berlín donde Putin había sido confinado después de muchos años de frustración por no haber conseguido lo que anhelaba: Dirigir la Gestapo en Estados Unidos o la Alemania no comunista, cosa que nunca alcanzó. Sus biógrafos dicen que nunca superó la frase “Moscú está callado” y que el miedo que lo inmovilizó aquella fatídica noche en Alemania Oriental, cuando sintió el frío filo de la navaja cerca de su cuello es la razón primordial del carácter criminal que por una chepa del destino y ante el vacío político y económico en que cayó Rusia, lo convirtió en su más despiadado dictador.

Pero, Putin acaba de superar mis peores nociones sobre él. El odio y el desprecio que siente por la vida es peor que la pasión del drogadicto, que ni se sacia ni se vence.

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