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En las elecciones municipales 2020 caudillistas recibirán segundo golpe

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Por Felipe Ciprián
Durante los meses recién transcurridos hemos visto un derroche inmenso de recursos de los partidos por captar el voto mayoritario, y unos vaticinios muy comprometedores de dirigentes políticos repletos de hambre de poder que los están llevando al borde del delirio.
Más que una campaña para elecciones municipales, lo que ha visto el pueblo dominicano es a los candidatos presidenciales aprovechando ese escenario para promover sus propias aspiraciones, simulando que van a dar apoyo a los postulados para alcaldes, directores municipales, concejales y regidores.
Dos líneas tácticas han marcado la campaña “municipal”: La que coordinan y ejecutan a diario los llamados partidos opositores (¿opuestos a qué?), principalmente la Fuerza del Pueblo (FP) de Leonel Fernández y el Partido Revolucionario Moderno (PRM) de Luis Abinader, que se puede sintetizar en el cotidiano acoso a la Junta Central Electoral (JCE) y las denuncias del uso de los recursos del Estado por parte del Partido de la Liberación Dominicana (PLD).
La otra línea la impulsa el PLD y se caracteriza porque sus dirigentes están empeñados en ganar mayoría de alcaldías y distritos municipales para generar la confianza del electorado y concluir con que la renuncia de Leonel fue una fragmentación insignificante que deja intacta a las fuerzas peledeístas nucleadas alrededor de Danilo Medina.
Las energías de Leonel, Abinader y sus aliados se han desplegado principalmente para presentar a la JCE como un órgano electoral complaciente con el gobierno y listo para permitir un supuesto fraude en perjuicio de sus candidatos.
Todos los días hay una instancia y un reclamo que no tiene otro propósito que cuestionar la imparcialidad de la JCE, sembrar dudas acerca de la organización de las elecciones como paso previo para tratar de justificar una derrota vergonzosa que está a punto de caer sobre ellos.
El PLD ha desplegado todos sus dirigentes en el territorio nacional y sus técnicos e investigadores barrio por barrio para determinar las simpatías de cada elector y buscar su apoyo para las candidaturas moradas.
Otros dicen que su trabajo fundamental es montar un fraude que ven tan claro que no tienen ni siquiera que aportar una prueba, con su denuncia basta y sobra. Naturalmente, de fraude yo no se nada.
Los aclamados observadores
El país está literalmente lleno de observadores electorales de todo tipo que vienen a “supervisar” el proceso de votación y a “certificar” los resultados.
Ahí está la famosa Organización de Estados Americanos (OEA), que desde su nacimiento es una extensión del Departamento de Estado de Estados Unidos para ejecutar las decisiones del poder norteamericano, ya sea legitimando agresiones militares como la del 28 de abril de 1965 en República Dominicana, o el golpe de Estado contra el gobierno de Evo Morales en Bolivia el año pasado.
La suerte es que ahora el poder norteamericano no tiene necesidad de trazarle una pauta a la OEA para bloquear candidatos a posiciones municipales, sino que muy probablemente su interés sea que las elecciones del domingo transcurran en paz, sin desórdenes que creen un clima de ingobernabilidad que a su vez conlleve una alteración del buen clima para la inversión, el comercio y el turismo.
A mí no me asalta ninguna duda de que quienes vayan a votar este domingo, lo harán en orden y con una decisión tomada ya. Si alguna circunstancia altera el orden, será la responsabilidad de los dirigentes políticos que ya no tienen partidos con disciplina, sino pandillas de seguidores que se mueven por órdenes de sus caudillos y a través de sus alicates.
Ir a votar y hacerlo en orden hace mucho tiempo que es el comportamiento consolidado de los ciudadanos con derecho al voto. Las alteraciones vienen después de la mano de gente derrotada que no quiere aceptar su realidad y prefiere que se hunda el país con estabilidad económica y todo, si no se los deja jefear con el Presupuesto General del Estado.
Informes vinculantes
Ya los observadores están aquí y van a observar sobre el terreno. Es muy importante que ese personal haga su trabajo sin prejuicios, observando a los votantes y a las autoridades de los colegios electorales, obteniendo ellos mismos información directa para que los políticos en derrota no le llenen las mochilas de cuentos y sátiras hiperbólicas.
Los observadores hablan español y los votantes también, así que los primeros deben ir al guano y no nutrirse de pamplinas preparadas en oficinas donde se elucubra y se difama a montones.
Una cosa sí debe ser clara: los informes de los observadores, sobre todo en los aspectos coincidentes de los diversos organismos y legaciones diplomáticas, deben ser lo suficientemente consistentes como para que todos los partidos se acojan a sus dictámenes en lo relativo a cómo transcurrió el proceso antes, durante y después de la votación.
Naturalmente, los observadores no son la autoridad electoral. La JCE no puede, bajo ninguna circunstancia, aceptar directrices de observadores ni de ningún otro poder público o partido político.
Quienes no se sientan expresados en las decisiones de la JCE, ahí tienen las instancias para recurrir y por nada del mundo pueden aceptar descalificaciones e injurias como las vistas recientemente en que un candidato a senador llamó “terrorista” al presidente de la JCE, doctor Julio César Castaños Guzmán.
A medianoche del domingo los dominicanos tendremos suficiente información como para saber que pasó en las elecciones municipales.
Todo parece indicar que la oposición perdió el rumbo y no pudo articular una plataforma y una unidad sólida para enfrentar al partido de gobierno y sus aliados, que esta vez parece listo para ganar las plazas municipales más importantes del país: El Distrito Nacional, Santo Domingo Este, Santiago, San Cristóbal, La Vega, Puerto Plata, Baní, Azua, Barahona, San Juan, San Francisco de Macorís, La Romana, entre otros.
Con esa derrota, el caudillismo tendrá su segunda caída en cuatro meses y la tercera tres meses más tarde. Para suerte del país que ansía ver gente nueva, aunque por ahora no traiga los cambios que merece el pueblo dominicano.
¡Cuando pase la tempestad, contaremos las estrellas!

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