Reducto de una existencia
La brisa del otoño le devolvía todo un hermoso sueño perdido en un espacio robado por un viaje en el que nadie ha de ir acompañado. La hierba había crecido tanto que por un momento se confundió, pero finalmente pudo identificar el lugar y allí se desplomó.
Muchas escenas de la vida vinieron a su mente, los viajes a las playas, las caminatas bajo la nieve, esas noches blancas y resplandecientes que fueron cómplices de las más sensuales entregas, en las que mil veces quisieron que no terminaran jamás.
Esa brisa fría del otoño de momento le hizo pensar que su cuerpo se helaba en el más deplorable de los olvidos. Las hojas no cesaban de caer sobre la tumba. Tomó su guitarra y empezó a tararear una canción, aquella vieja canción que la hacía feliz.
Las hojas seguían cayendo, era el preludio de la proximidad de un helado invierno que se acerca… ya no le importó, tiró su guitarra, teléfono, auto, dinero y abrigo. Se sentó a esperar el invierno, renunció a los hábitos humanos, se abandonó a sí mismo… Sólo quería encontrar la forma de embarcarse en ese extraño viaje de donde no hay regreso.
La brisa fría del otoño golpeaba sobre los árboles, unos árboles que les daban el último adiós a las últimas hojas que caían apaciblemente sobre aquella tumba, como queriéndola proteger, como queriéndola cubrir, como queriendo albergar allí el último reducto de un amor que se esfumaba como agua entre los dedos.
Sobre aquella tumba, aquel hombre posó su espalda, miró al cielo y rápido comprendió que se acercaba el gran momento. Una luz brillante cegó sus ojos, sintió que se deslizaba por un túnel iluminado por una luz divina, brillante y transparente, sintió una enorme paz… cayó al vacío y se esfumó para siempre.