Huellas en el serpentario
La célula se tambalea, la gran serpiente se mueve entre las aguas como todo un reptil sediento de sangre, contaminando todo lo que toca, ve o se le aproxima. El serpentario está revuelto. La gran orgía está por empezar. Los tambores de guerra quebrantan la paz y es un mito el estado armónico que debió regir la célula. Cuando la regla universal se dobla, se rompe, cuando la regla universal se rompe se quebranta el orden de la célula, cuando una partícula se quebranta, se esquilma un conjunto, cuando un conjunto carece de opciones cualitativas, no es mejor el rumbo fijo que la deriva.
La gran serpiente se mueve con maestría. Está orgullosa de haber enseñado a todo su invernadero el uso del veneno. El serpentario está revuelto, rebelde y en pleno bacanal. Los demás reptiles se arrastran al serpentario, tienen allí un oasis seguro, se embriagan con vinos y cervezas con anuencia de la gran serpiente, que no sólo los apoya en sus inciertos ensayos, sino que se les une en sus borracheras.
No hay mejor escenario para los roedores que un serpentario convertido en aliado… es extraño, pero a veces se ve, sobre todo, cuando la gran serpiente en sus delirantes e insensatas jugadas de siempre cree poseer el don de la reivindicación, el don de
ver en todo roedor sólo “las cosas positivas” es tan insensato como poner al perro huevero a cuidar el nido.
Pero, en fin, es igual, los roedores no piensan que están en el serpentario, beben té con whisky y se embriagan en sus vanidades, como aquella rana que se creyó ser un buey.
¡Suenan los tambores de guerra! En todo el serpentario hay un grito de triunfo, de libertad…” creen haber humillado al “amo” así le llama el serpentario al que cuidaba de él, todos en el serpentario ríen, festejan, pues han mordido la mano que se le extendió para protegerlo. El fin pronto vendrá…
¡Suenan los tambores de guerra! La gran serpiente se mueve de extremo a extremo, muy segura de sí misma. Su triunfalismo no le permite ver que el serpentario está bajo inminentes peligros que le asechan.
¡Suenan los tambores de guerra! El serpentario está revuelto, la sangre del cordero rueda, los roedores se embriagan en el néctar de sus afluentes, son días apocalípticos. Las reglas se han quebrantado, se ha pagado por mal el bien y se han burlado de los que creyeron necesitados.
¡Suenan los tambores de guerra! el fin pronto vendrá. Es el tiempo y solo el tiempo el único juez riguroso e impiadoso que se encargará de ejemplarizar con su espíritu justiciero todos los actos de la gran serpiente y de terminar la suerte del serpentario, que a partir de ahora correrá sin rumbo cierto, sin control y cuesta abajo. Buena suerte.